sábado, 26 de septiembre de 2009

Tierra e igualdad de género

Documental filmado en Guatemala, El Salvador y Honduras.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La última carta del imperio

En el primer día de la Asamblea General de la ONU se pudieron escuchar discursos resonantes. Algunos mandatarios mantuvieron consignas fuertes, movilizadoras. Los mayores líderes de Latinoamérica exigieron la restitución inmediata de Manuel Zelaya al gobierno hondureño y pidieron a la comunidad internacional una posición más firme ante el gobierno de facto de Roberto Micheletti que tiene cercada la embajada brasileña donde se encuentra el presidente democrático. Los presidentes de Venezuela, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, volvieron a manifestar su repudio a la ruptura constitucional en Honduras.

El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, también dejó clara su posición, contra el armamentismo de algunos países de Sudamérica y defendió el acuerdo con Estados Unidos para instalar al menos siete bases militares norteamericana en su territorio. “Reconocemos el esfuerzo de Estados Unidos de trabajar con nosotros para desmantelar el narcoterrorismo”, mantuvo el líder colombiano respaldado por el balance oficial del Plan Colombia que habla de una reducción del 60 por ciento de la producción de cocaína desde su inicio. Por cierto, Uribe podría revisar el informe de Naciones Unidas, que no muestra semejante saldo positivo y por el contrario informa sobre un aumento del 27 por ciento durante el último año.

El mandatario parece haber olvidado varios años de historia, y de influencia norteamericana en el continente. Pero no nos quedemos con problemas menores y volvamos a lo que verdaderamente amenaza a la región y preocupa a los “medios independientes”, el armamentismo sudamericano, principalmente el de Venezuela. Recientemente, el presidente Hugo Chávez compró a Rusia una flota de helicópteros, aviones y armamento de guerra. El mismo presidente bolivariano no tuvo problemas en explicar cual fue el incentivo de semejante compra. “Nosotros no queríamos comprar armas, pero ¡qué íbamos a hacer si los yanquis están montando siete bases militares ahí! Nos estamos equipando para la defensa”.

En su intervención en la ONU, Álvaro Uribe manifestó su preocupación por la compra de armas de algunos países sudamericanos. “Nuestro objetivo es recuperar la seguridad doméstica, nunca participar en una carrera armamentista dentro del juego sangriento de la guerra internacional. Nuestra tradición es de respeto de la comunidad internacional”, manifestó el presidente. Pero el gobierno colombiano no se mostró tan predispuesto a recuperar la seguridad regional frente a la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR).

En la reunión que mantuvieron cancilleres y ministros de Defensa el pasado 15 de septiembre el Quito, Colombia se negó a dar garantías formales sobre las actividades en las bases norteamericanas que se instalarán en su territorio. Los representantes colombianos no quisieron mostrar el texto completo de su acuerdo con Estados Unidos. A nadie escapa la amenaza que esto constituye. La paz regional y la soberanía territorial no se pueden garantizar con un gobierno que se muestra tan intransigente ante los reclamos de sus pares sudamericanos.

Desde que el gobierno del presidente Rafael Correa se rehusó a continuar el acuerdo de la Base de Manta con Estados Unidos, el Imperio intentó buscar otras alternativas para mantener su presencia en el sur del continente. Pero los gobiernos ya no cederán, como no cedió el presidente paraguayo, Fernando Lugo, hace algunos días cuando rechazó la presencia de 500 militares estadounidenses, coincidencia con lo debatido en la cumbre de UNASUR en Bariloche. Allí, los presidentes mostraron solidez y convencimiento, producto de una unidad ideológica que ya no aceptará la influencia norteamericana en la región.

martes, 22 de septiembre de 2009

Los pueblos seguirán pariendo sus líderes

Luego de las dictaduras militares en Latinoamérica durante la década del 70, y después del período neoliberal, con su entierro en las jornadas del 19 y 20 de diciembre en la Argentina, surgieron distintos líderes de izquierda en el sur del continente.

Con un perfil antiimperialista, de soberanía territorial, independencia política y económica, justicia social, derechos humanos y unión latinoamericana, estos nuevos líderes llegaron al poder. Dejaron atrás el miedo al comunismo, y empezaron a ver a Cuba como un ejemplo a seguir y no como una amenaza.

Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador y Fernando Lugo en Paraguay.

Los cambios aparecieron en la región, contrarias a las políticas de opresión y de economía liberal que venían gobernando desde hacía años bajo el mando superior de los Estados Unidos.

El presidente depuesto de Honduras, Manuel Zelaya, no fue uno de estos casos. Llegó al poder con el Partido Liberal, uno de los dos partido políticos tradicionales de Honduras que se alternaron en el gobierno durante los períodos en que no hubo dictaduras. La periodista y ex secretaria de prensa de Salvador Allende, Frida Modak, señala en un artículo que “el Partido Liberal asumió desde hace años una línea progresista y que pertenece a la socialdemócrata Internacional Socialista”.

“Una vez en el gobierno, la gestión del mandatario se orientó a la búsqueda de una mayor justicia social, lo que desató una fuerte oposición de sus adversarios políticos e incluso de algunos personeros de su partido”, indica Modak.

Una de las medidas impulsadas por el gobierno de Zelaya fue la Ley de Participación Ciudadana, que establece que los ciudadanos pueden pedirle al presidente que se haga una consulta ciudadana, que no es vinculante, sobre el tema que estimen de interés. Más de 400 mil personas le solicitaron que se consultara la opinión de la gente sobre una Asamblea Constituyente. Eso es lo que se iba a consultar el día en que se produjo el golpe de Estado.


América latina y el Caribe ya tuvieron dictaduras, y todavía las siguen sufriendo. Por eso, el golpe en Honduras significó un retroceso de muchos años de historia. Mientras en Latinoamérica aún se pide por justicia y memoria, cuando todavía faltan muchísimos juicios a represores, siguen rigiendo leyes de la dictadura y continúan personas desaparecidas, en este país de Centroamérica un nuevo golpe se hace presente. Y asusta.

Asusta porque trae recuerdos y porque uno se pregunta si se puede dar una reacción en cadena, como ya ocurrió antaño. Y también da bronca, porque hay que volver a luchar contra un enemigo que creíamos vencido.

Pero los que dieron el golpe en Honduras se olvidaron que la sociedad ya no es la misma y que hace tiempo le dijo basta a las botas. Ellos volvieron y se llevaron por delante una democracia, un pueblo, un mundo. Porque la comunidad internacional no los reconoce como un gobierno legítimo, pero ellos creen que lo son. Van a convocar a elecciones, pero el resto de los países no tendrán en cuenta lo que allí se resuelva. El pueblo hondureño no reconoce a Micheletti como su presidente, pero él actúa como tal.

El presidente legítimo tuvo dos intentos de regresar a Honduras, sin éxito. La tercera fue la vencida. Llegó a Tegucigalpa el martes a la mañana y se refugió en la embajada de Brasil. Micheletti apareció en los medios de comunicación diciendo que era mentira lo que se estaba diciendo sobre que Zelaya estaba en el país.

Pero ya no hay forma de taparlo. Zelaya está en Honduras, de donde nunca se tuvo que haber ido.

lunes, 21 de septiembre de 2009

11'09''01


Ken Loach - Reino Unido

jueves, 17 de septiembre de 2009

Derechos divinos

Existe un dato, basado en esos cálculos difíciles de probar pero que sirven para ilustrar y hacerse una imagen mental (tan necesaria para el ser humano al momento de aprehender las nociones) de los sucesos, que habla de la explotación de la Corona Española en Bolivia y que haría caerse de la silla (o perderla) a más de uno: con la cantidad de oro y plata que se sacó de Potosí, alcanzaría para hacer un puente desde dicha ciudad hasta Sevilla, ciudad-puerto desde la que partían los barcos. ¿Se imagina alguien un puente brillante de más de diez mil kilómetros que pase por sobre todo el Océano Atlántico? Sí, está bien, en este caso la imagen mental es un tanto inimaginable, y entonces no termina de cumplir su función, pero aún así refleja más que el dato de un número de muchos dígitos de toneladas de metales preciosos.


El Presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, recibió en su país esta semana a su par boliviano, Evo Morales. Como resultado del encuentro, Evo “logró” o Zapatero “concedió” (quién es el sujeto en esta oración da lo mismo, el resultado es igual de ridículo e incomprensible) que se condone la deuda de Bolivia para con el país europeo. De los 102 millones de dólares que debía, se perdonó el 60 por ciento, mientras que el 40 por ciento restante deberá ser destinado, Morales se comprometió a gastarlo en planes de educación en su país. "El primer compromiso de España es con el desarrollo de Bolivia", dijo el presidente español, y agregó: "Humildemente, sin pedir nada a cambio, estamos contribuyendo al progreso y el desarrollo del país andino”. Faltaba más, José Luis.
¿Tienen fecha de vencimiento las deudas externas? Si así fuera, todos los países subdesarrollados harían bien en dejar de pagar, en la mayoría de los casos a costa del hambre de su gente, tantos intereses (ni siquiera deudas), pues tarde o temprano las cifras de lo debido se evaporan. Ahora bien, si esto no es así, ¿Quién debería perdonarle deudas a quién? Tal vez sea cuestión de cantidades: cuando la deuda es incontable ya no se cuenta.
¿Y los genocidios? ¿También vencen? ¿Por qué algunos se lamentan con lágrimas y vergüenza mientras que otros se festejan? Tal vez también aquí sea una cuestión de cifras: si el genocidio supera los 50 millones de muertos se conmemora con una fiesta. Ocurre que al ser el caso americano el único que cumple este requisito, ya no se puede establecer una norma, por lo que la hipótesis se torna imposible de probar.


Hay también una anécdota, de las que son verdad, contada por un guía turístico boliviano: una española que visitaba las minas de Potosí, al escuchar las frases “explotación de la Corona” y “matanza de aborígenes” dice: “Ah no, si van a hablar mal de mi país yo me voy”. Sería bueno, importante, justo y fundamental que esta no fuera la manera de pensar del pueblo español. El caso de la turista puede parecer extremo, pero si se piensa en el trato hacia los inmigrantes y en la injustificable, paradójica e incoherente posición de generoso acreedor que asume quien correspondería que fuera el moroso, parecería que, solapadamente y desde un discurso políticamente aceptable, no existen culpas, remordimientos, ni obligaciones, sólo derechos divinos sobre los sometidos.

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