jueves, 17 de septiembre de 2009

Derechos divinos

Existe un dato, basado en esos cálculos difíciles de probar pero que sirven para ilustrar y hacerse una imagen mental (tan necesaria para el ser humano al momento de aprehender las nociones) de los sucesos, que habla de la explotación de la Corona Española en Bolivia y que haría caerse de la silla (o perderla) a más de uno: con la cantidad de oro y plata que se sacó de Potosí, alcanzaría para hacer un puente desde dicha ciudad hasta Sevilla, ciudad-puerto desde la que partían los barcos. ¿Se imagina alguien un puente brillante de más de diez mil kilómetros que pase por sobre todo el Océano Atlántico? Sí, está bien, en este caso la imagen mental es un tanto inimaginable, y entonces no termina de cumplir su función, pero aún así refleja más que el dato de un número de muchos dígitos de toneladas de metales preciosos.


El Presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, recibió en su país esta semana a su par boliviano, Evo Morales. Como resultado del encuentro, Evo “logró” o Zapatero “concedió” (quién es el sujeto en esta oración da lo mismo, el resultado es igual de ridículo e incomprensible) que se condone la deuda de Bolivia para con el país europeo. De los 102 millones de dólares que debía, se perdonó el 60 por ciento, mientras que el 40 por ciento restante deberá ser destinado, Morales se comprometió a gastarlo en planes de educación en su país. "El primer compromiso de España es con el desarrollo de Bolivia", dijo el presidente español, y agregó: "Humildemente, sin pedir nada a cambio, estamos contribuyendo al progreso y el desarrollo del país andino”. Faltaba más, José Luis.
¿Tienen fecha de vencimiento las deudas externas? Si así fuera, todos los países subdesarrollados harían bien en dejar de pagar, en la mayoría de los casos a costa del hambre de su gente, tantos intereses (ni siquiera deudas), pues tarde o temprano las cifras de lo debido se evaporan. Ahora bien, si esto no es así, ¿Quién debería perdonarle deudas a quién? Tal vez sea cuestión de cantidades: cuando la deuda es incontable ya no se cuenta.
¿Y los genocidios? ¿También vencen? ¿Por qué algunos se lamentan con lágrimas y vergüenza mientras que otros se festejan? Tal vez también aquí sea una cuestión de cifras: si el genocidio supera los 50 millones de muertos se conmemora con una fiesta. Ocurre que al ser el caso americano el único que cumple este requisito, ya no se puede establecer una norma, por lo que la hipótesis se torna imposible de probar.


Hay también una anécdota, de las que son verdad, contada por un guía turístico boliviano: una española que visitaba las minas de Potosí, al escuchar las frases “explotación de la Corona” y “matanza de aborígenes” dice: “Ah no, si van a hablar mal de mi país yo me voy”. Sería bueno, importante, justo y fundamental que esta no fuera la manera de pensar del pueblo español. El caso de la turista puede parecer extremo, pero si se piensa en el trato hacia los inmigrantes y en la injustificable, paradójica e incoherente posición de generoso acreedor que asume quien correspondería que fuera el moroso, parecería que, solapadamente y desde un discurso políticamente aceptable, no existen culpas, remordimientos, ni obligaciones, sólo derechos divinos sobre los sometidos.

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