Estrella de los grandes medios
Pocos - casi ninguno- de los estudiantes que sueñan con ser periodistas piensan que ejercer esa hermosa y siempre romántica profesión significa pasar a papel el dictado del pagador. Lejos está del imaginario juvenil, de esa fuente de vida necesaria, pura y movilizadora, pensar el arte de relatar los acontecimientos en términos de una rutina administrativa encadenada a las normas marquetineras. Desalienta gravemente, siendo la periodista tan joven, semejante grado de resignación, de sometimiento.
Ella no llegaba a los treinta y pico de otoños y su desapasionada postura ridiculizaba, racionalmente, toda utopía. Naturalmente y con pasmosa aceptación, hacía un paralelismo entre el corte y confección y el periodismo. “Un medio elige que noticias brindar”, eran las palabras que elegía. Es que la ética, el compromiso (salvo con el que paga) no representaban valor alguno o criterio a seguir para ella. No se trataba de informar, sino de dar los datos que favorecían a la empresa en la bolsa. “La objetividad no existe”, decía la periodista. Y no lo decía con pretensiones epistemológicas, sino que utilizaba dicho discurso como un arma de defensa, como una justificación frente a la inmensa distancia que separaba a su empresa de la honestidad, de la transparencia. A muchos de los que la escuchaban les indignaba y hasta les dolía -porque ellos sí son puros- el que fueran sólo los intereses empresariales (extra periodísticos) de sus patrones los que alimentaran el motor de su oratoria. Luego, como consuelo y hasta sonriendo improvisaron una frase.
“ `No existe el bien, todo lo que hace el hombre lo hace por propia motivación`, decía el asesino sentado sobre el banquillo del acusado. Y así, sin más, se autodeclaraba inocente ” .
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